En el contexto actual de pandemia, todo tejido comunitario se enfrenta al desafío de su sostenibilidad ante las restricciones de movilidad y distanciamiento físico. La alimentación, vista desde una perspectiva sistémica y de sostenimiento de la vida, no es ajena a esta situación.
Visualizar los procesos alimentarios integralmente implica reconocer que son sistemas que interconectan todas aquellas actividades que involucran la producción, procesamiento, distribución y consumo de alimentosi, que se llevan a cabo entre espacios rurales, urbanos y sus intersticios. Esto abarca no sólo procesos que podemos situar en el ámbito de lo global, sino que incorpora también los procesos a pequeña escala que se gestan en los territorios. Aquí destacan las huertas para autoconsumo familiar, el cuidado, conservación y circulación de semillas, plantas y sus saberes asociados, entre otras actividades, eminentemente presenciales y llevadas a cabo por manos especialmente de mujeres huerteras y curadoras de semillas, en conexión con los ciclos naturales y agrícolas, otros seres, su agroecosistema y su tejido comunitario.
Distintos elementos pueden incidir en la vulnerabilidad de los sistemas alimentarios. Allí encontramos variables vinculadas al acceso, uso y disponibilidad de alimentos debido a condiciones socio-ecológicas, procesos sociales, políticos, económicos e institucionales y sus relaciones entre ellos. El modelo neoliberal nos sitúa en un régimen alimentarioii en crisis, Donde existe un abandono masivo del campo y las prácticas agrícolas ante la degradación de los ecosistemas por las dinámicas extractivistas y contaminación de las aguas. Esta situación genera un panorama propicio para la agroindustria, la alta importación de alimentos de baja calidad, y la incorporación masiva de productos ultraprocesados en la dieta cotidiana por parte de los grandes consorcios alimentarios, lo que gradualmente lleva a la malnutricióniii y desvinculación de las personas con su alimentación, procesos y conocimientos asociados que se han reproducido por generaciones.
Las situaciones de crisis también tensionan y vulneran los sistemas alimentarios locales. Así, la imposición prolongada del distanciamiento físico por razones sanitarias complejiza el escenario en los distintos espacios donde se busca sostener procesos de alimentación desde lo comunitario.
Situándonos en el panorama que se evidencia en el Gran Concepción, podemos reconocer numerosas huertas comunitarias que se han venido gestando desde la década de 1990 en distintos espacios urbanos y periurbanos de comunas como Tomé, Penco, Talcahuano, San Pedro de la Paz, Concepción y Santa Juana, por mencionar algunas. Estas iniciativas se han alzado en sedes vecinales, centros de salud familiar, espacios municipales o autogestionados, gracias al trabajo colaborativo desempeñado principalmente por mujeres, en grupos, talleres, asambleas y coordinaciones territoriales. La huerta comunitaria como espacio de encuentro, autoconsumo, autocuidado y aprendizaje en diálogo de saberes, se ha venido propagando y consolidando en el tiempo gracias a este quehacer. En la huerta no sólo se producen alimentos; se reproducen semillas, plantas, saberes, vínculos entre personas y con la naturaleza.
En la actualidad, la mayoría de estos grupos han visto limitadas sus posibilidades de accionar dado el cierre de los espacios comunitarios. Este panorama es de gran crudeza para las huerteras/os; no poder visitar sus cultivos ha implicado en muchos casos la pérdida total del trabajo realizado por meses, además del sufrimiento de soltar un proceso de co-crianza que se gestaba con cada semilla germinada. Asimismo, las organizaciones campesinas y periurbanas dedicadas a la conservación de semillas han debido cancelar sus encuentros para el intercambio de semillas, espacios de gran impacto para el fortalecimiento del autoconsumo desde la Soberanía Alimentaria y los sistemas de circulación de semillas campesinas nativas y libres. Esto ha conllevado a la dispersión de agrupaciones, abandono del trabajo colectivo en el tiempo, o bien la reinvención de la práctica del huerteo en el espacio individual, como una forma de mantener las semillas vivas para la siguiente temporada.
Pese a lo desalentador que se vislumbra el panorama, si escarbamos en la memoria, encontramos claves de la relevancia de la solidaridad y apoyo mutuo en la gestión de los procesos alimentarios comunitarios. Destacan allí ollas comunes y comedores populares en Dictadura, que han hecho frente al hambre desde la organización popular y el trabajo colectivo.
La huerta comunitaria también se sitúa en este panorama; podemos mencionar casos como los grupos huerteros en las periferias de Tomé, quienes, desde un impulso inicial levantado por organizaciones no gubernamentales como estrategia para hacer frente al hambre y la cesantía en periodos de transición post Dictadura, hoy en día se alzan como una Unión Comunal de Huertos Orgánicos, reivindicando la Soberanía Alimentaria como principal objetivo. En el quehacer cotidiano rememoran el conocimiento en torno al cuidado y conservación de semillas, poniendo en práctica el cultivo en espacios reducidos en el contexto urbano, asegurando la alimentación y bienestar en lo individual y lo colectivo.
Ante la crisis actual, las estrategias sostenidas desde principios económicos que trascienden lo monetario cada vez vuelven a hacer más sentido. Así como las ollas comunes y comedores populares han revivido en el contexto de pandemia, la huerta también vuelve a despertar con más fuerza.
Pese a la hostilidad en el que nos sitúa el neoliberalismo desde el tercer régimen alimentario, que se caracteriza por el control de los patrones de consumo por parte de las industrias alimentarias a escala global y que buscan el desarraigo de lo alimentario, se ha venido posicionando en las últimas décadas el discurso de la Soberanía Alimentaria, levantado desde el quehacer de organizaciones campesinas de distintos lugares del mundo, buscando reposicionar la alimentación como un acto político que sostiene la vida, denunciando las dinámicas mercantiles de desojo a las personas y los ecosistemas. Así, aunque estemos en un complejo y desafiante escenario, las huertas y lo comunitario siguen y seguirán resistiendo. En los últimos meses resuena con cada vez más fuerza la noción de reconectar con la amplia trama de la vida. Allí se sitúa la huerta como un espacio que potencia la transformación de nuestras relaciones con la naturaleza y los vínculos con los alimentos y sus procesos. Sostener las huertas comunitarias implica tejer diálogos con el territorio, en el andar de criar y reproducir semillas, ampliando las redes de intercambio de sus saberes para así co-crear espacios más agrobiodiversos que diversifican las culinarias.
La huerta permite solventar la alimentación con una mirada de largo plazo y autonomía, aportando a ejercer el acto político cotidiano de hacerse cargo de la propia comida desde el trabajo autogestionado y colaborativo a escala humana.
Por: Comité editorial ONG CETSUR
El artículo fue escrito para el medio de comunicación digital, Resumen, espacio en el que mensualmente estaremos publicando, con el objetivo de difundir e invitar a la reflexión sobre temas vinculados a La Soberanía Alimentaria, la Agroecología y la cultura del Buen Vivir.
Enlace: https://resumen.cl/articulos/la-alimentacion-desde-la-soberania-de-lo-comunitario?fbclid=IwAR0UtNjoH1pdvItwadFJwgX428NYidb0npwxqUpCbn4U7ZAqzpGcPcNx0kI